Liturgias del cuerpo

La exposición Liturgias del cuerpo es un ejercicio sobre el papel del coleccionismo privado en la conformación y consolidación del patrimonio artístico del país. A partir de una selección de obras de la Colección Proyecto Bachué (María Victoria Turbay y José Darío Gutiérrez), se plantea cómo el arte y el artista facilitan reflexiones sobre la existencia humana, las condiciones sociales y políticas y su derivación hacia los ideales de bienestar, pero pasando por la inconformidad y la violencia, particularmente, por las maneras como se construyen las narrativas que buscan justificar estas últimas.

El cuerpo humano ha sido un motivo recurrente en las artes visuales, y ha funcionado como medio de expresión simbólica, cultural y estética. Su uso o representación cambia en función de las condiciones coyunturales, y se convierte entonces en testigo excepcional de los momentos. Por esta razón, no solo se lo ha tomado como el eje central de la exposición, sino también se lo ha planteado e interpretado como objeto visual y conceptual, vehículo de identidad, subjetividad y espiritualidad, así como medio de registro de experiencias y memorias colectivas e individuales.

El Banco de la República organiza esta muestra en el marco del programa La mirada del coleccionista, con el que se busca mostrar al público obras de arte pertenecientes a acervos privados, en cuya reunión y exhibición se da cuenta de la manera como la práctica del coleccionismo permite identificar sensibilidades y discursos colectivos que conforman un sentido patrimonial y, por ende, un sentido identitario. Dentro de este programa se han llevado cabo las exposiciones “El legado de Casimiro Eiger” (1995), “El ojo crítico de Hernando Santos” (2001), “La Colección Ganitsky Guberek, un homenaje a Marta Traba” (2002) y “Colección Maraloto” (2011). En esta oportunidad, la selección de obras y la conformación del proyecto están determinadas por el criterio de representación del cuerpo como eje estructural de la Colección Proyecto Bachué.

La exposición se encuentra dividida en 10 secciones:

  1. I’m a real artist

    En la obra Study, I am a Real Artist (1969-72) de Keith Arnatt, se antepone la idea básica del artista como celebrante de la liturgia* y se plantea entonces la tensión profunda que se produce entre el acto creativo, la responsabilidad social y la percepción pública de su quehacer. Se trata de una autoafirmación que implica una dinámica de pensamiento crítico que la mantiene en movimiento.

    La apropiación de tal declaración (“I’m a real artist”) para la selección de los artistas de la muestra afirma el interés en presentar aquellos que, en el acto de declararse artistas verdaderos, prometen una entrega honesta al proceso y a la intención detrás de la obra; así, revelan esa actitud reflexiva con la que buscan entender su entorno, despojándose de aquellas expectativas comerciales o institucionales que definirían su legitimidad o éxito. Se opta por reconocer el espíritu indagador, al igual que la sutil pero radical posición política sobre la práctica y el rol del artista como sujeto social que se niega a dar soluciones, para de esa manera dejar al espectador perturbado, a la vez que estimulado.

    * Etimológicamente, “servicio público” o “trabajo para el pueblo”.

  2. La persistencia de la consciencia

    En la exposición se propone un recorrido por la inquebrantable voluntad humana de expresar la inconformidad y pedir una toma de consciencia que derive en mejoras de las condiciones de vida y en la consideración de los demás, y en la que el cuerpo, como hilo conductor, se manifiesta en un espacio de acción y conflicto y, al mismo tiempo, en un vehículo de transformación.

    El arte no solo documenta su contexto, sino que interpela al espectador al invitarlo a reflexionar sobre las situaciones, tensiones y conflictos. Estas obras confrontan lo placentero para explorar los aspectos más oscuros de la condición humana, utilizando el lenguaje visual como un medio para despertar empatía y crítica, y así, mantener vigentes las posibilidades de transformación.

  3. Lo monstruoso

    Lo monstruoso, lo grotesco y lo ominoso surgen como una reacción visceral al expresionismo abstracto, alejándose de su énfasis en la gestualidad pura. Antes que exaltar la subjetividad y la energía del trazo, estos artistas introdujeron cuerpos fragmentados y figuras inquietantes, estética de la deformidad que funcionó como un contrapunto crítico al abordar la violencia, la angustia y la decadencia humana como una forma de afrontar el complejo panorama local e internacional durante la Guerra Fría. En su paralelismo, ambas expresiones compartieron una intensidad emocional, pero esta estética insistió en lo tangible y en lo visceral.

  4. La cosecha de los vientos

    Lo político, visto como un espacio de subversión y no solo como la gestión de lo común, se convierte en un campo de emancipación donde el artista, en cuanto oficiante, desafía las estructuras de poder y propone metáforas que revelan los desastres, las fracturas y las imposiciones ocultas.

    Lo inaceptable se convierte en el motor de una propuesta que no solo cuestiona, sino que también denuncia y nombra aquello que ha sido silenciado. Un territorio olvidado y una pobre consciencia ciudadana dan el lugar a la emergencia de abusos y violencias, así como a la permanencia de las estructuras coloniales de poder.

  5. Vanitas

    La reflexión sobre la transitoriedad de la vida y la futilidad de los placeres terrenales, ligada al memento mori, enfatiza la fragilidad de la existencia y la inutilidad de los logros humanos frente al tiempo. Olvidar que la vida es efímera ha llevado a sociedades al autoritarismo. La impermanencia nos obliga a cuestionar las estructuras de poder e ideologías, y a desafiar la ilusión de estabilidad. Este reconocimiento promueve una actitud crítica, fomenta la empatía y refuerza la necesidad de solidaridad y justicia.

  6. Venus

    Venus, símbolo de armonía, perfección e idealidad, deja su pedestal inmaculado para convertirse en un escenario de tensiones entre el poder y el conflicto. Lo femenino, históricamente pasivo, asume un papel activo y redefine la sexualidad como resistencia y afirmación. El cuerpo, antes contemplativo, se convierte en fuerza transformadora al desafiar su tradicional condición de objeto de la mirada, para evidenciar su reverso, inquietante y desgarrado.

  7. El ciudadano / La ciudad

    La observación de la dinámica urbana trasciende la mera descripción visual para convertirse en una indagación sobre la esencia, contrastes, ritmos y realidades de sus habitantes. No solo se revelan las particularidades sociales y culturales de la ciudad, sino que también se pone énfasis en sus márgenes y periferias. Por medio de estas representaciones se invita a reconocer, validar y valorar la existencia del “otro”, con su propia identidad, subjetividad y perspectiva, distinto a mí, pero igualmente valioso y necesario.

  8. El sentido del retrato, diferencias y alteridades

    La representación del cuerpo experimentó cambios radicales: ya no solo fue el objeto de observación y encarnación para el contenido de la obra, sino también el agente activo y el receptor. En este contexto, su presencia se aborda como contenido, huella, impronta o gesto. La influencia de disciplinas como el psicoanálisis, la filosofía, la antropología, la medicina y la ciencia llevó a los artistas a explorar conceptos sobre la consciencia, el “yo” y el “otro”, al tiempo que se interrogaron sobre la muerte, el peligro y la sexualidad.

  9. La expulsión del paraíso

    La preocupación sobre los conflictos y las guerras, y sus devastadoras consecuencias psicológicas, sociales y políticas, ha repercutido enormemente sobre la producción artística, ya que interpela y ubica al artista en el lugar de testigo de la catástrofe que, en tiempos de oscuridad, le permite proponer un horizonte de sentido, una posibilidad transformadora y una noción de humanidad.

  10. Profanaciones

    Transgredir lo sagrado, lo normativo o lo socialmente venerado implica la apropiación, reinterpretación o resignificación de símbolos, rituales o elementos religiosos, políticos o culturales que, al ser considerados intocables, adquieren un aura de exclusividad. Al despojarlos de este carácter, la profanación los inserta en nuevos contextos estéticos, críticos o subversivos, generando así otras formas de significado y cuestionamiento.

    Profanar no solo es un acto de ruptura, sino también de apertura, pues permite que aquello antes restringido o sacralizado entre en el dominio de lo común. Es una condición inherente a la democracia, ya que, al destruir la exclusividad institucional de los símbolos, los devuelve al espacio público y al uso colectivo. Así, lejos de ser un mero gesto destructivo, tal acción abre posibilidades de debate, fundamentales en una sociedad en constante transformación.