Bachué:Un Encuentro con la Historia del Arte en el Club El Nogal

EN BUSCA DE LA BACHUÉ:
100 AÑOS DE LA OBRA MAESTRA “PERDIDA” DEL ARTE COLOMBIANO

Hace un siglo el artista Rómulo Rozo (Chiquinquirá, Colombia, 1899 – Mérida, México, 1964) cambió la historia del arte colombiano con una escultura que concibió en París, Bachué. De ella hizo dos versiones conocidas hasta ahora: un pequeño bronce y una talla en granito de gran formato. Era la primera vez que un artista colombiano rompía con todos los estándares, los cánones del arte europeo y la tradición occidental, y creaba una obra que revisaba lo ancestral y lo propio. La Bachué se convirtió en el modelo a seguir y los artistas nacionales continuaron sus pasos inspirados en esa, la obra de arte más importante de su tiempo y la que abría el capítulo del arte moderno en Colombia.

Sin embargo, nuevos paradigmas llevaron a la Bachué al olvido. La crítica de arte Marta Traba (Buenos Aires, 1923 – Madrid, 1983), a su llegada a Colombia en 1954 impuso una nueva mirada, una modernidad en la que no cabían Rozo ni sus contemporáneos. La Bachué fue expulsada de la historia por décadas, y para colmo, la escultura en granito desapareció del radar por 80 años. Hoy la Bachué vuelve a ser protagonista en su centenario. La versión en granito fue invitada de honor en la Bienal de Venecia en 2024 y recientemente se integró
a la colección permanente del MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires), donde se exhibe ahora consagrada entre las obras más importantes del arte del continente. Al mismo tiempo apareció una tercera versión desconocida hasta hoy, un bronce que acá se exhibe por primera vez en 100 años. Este encuentro se celebra con esta exposición que revisa la influencia de Rómulo Rozo y la Bachué en los artistas de su tiempo, su aporte al arte moderno colombiano y su legado en la mirada a lo ancestral desde la perspectiva de los artistas contemporáneos.

CHRISTIAN PADILLA
Curador e historiador de arte

Textos de sala

SALA 1

En 1922, con tan solo 23 años, el joven Rómulo Rozo salió de Colombia, sin beca ni apoyo oficial, y según algunas versiones viajando como polizonte o grumete en un barco que lo llevó rumbo a España. Luego de perfeccionar en Madrid el oficio de escultor en el taller del artista Victorio Macho, Rozo viajó a probar suerte a París en 1925. A los pocos meses exhibió el pequeño bronce titulado Bachué, y con él inició un nuevo sentido en su escultura que se alejaba del arte académico europeo y, por el contrario, se centraba en las raíces ancestrales y motivos prehispánicos. La obra se volvió fundamental en el arte colombiano en cuanto se supo en la prensa nacional el éxito de Rozo en París, y como efecto de su triunfo, en 1927 fue contratado por el gobierno colombiano para decorar el edificio con el que el país participaría en la Exposición Iberoaméricana de Sevilla de 1929. Rozo, que había tallado una Bachué de gran formato para un coleccionista colombiano en París, la pidió prestada y la puso como elemento central del Pabellón de Colombia.

Las distinciones por la ornamentación del edificio -incluso por parte de los reyes de España- fueron la consagración de Rómulo Rozo, que en Colombia ya se había convertido en un ídolo patrio. Los artistas e intelectuales colombianos, admirados por su capacidad para subvertir el arte europeo y convertirlo en un arte propio, de inspiración telúrica y ancestral, empezaron a seguir sus pasos e incluso conformaron un grupo denominado “Los Bachués”, que inspirados en él, manifestaron haber sentido finalmente “la llamada de la tierra”. Sin saberlo y desde la distancia, Rozo había cambiado la historia del arte colombiano.

SALA 2

La versión en granito Bachué fue vista por última vez en 1930, en las fotografías del Pabellón de Colombia. No volvería a saberse de ella hasta 1998 cuando el historiador Álvaro Medina la reencontró luego de una búsqueda de más de dos décadas y por varios países. La pérdida de la Bachué contribuyó al olvido de la obra, de Rozo, y de los impetuosos artistas de su generación, que fueron marginados del papel de iniciadores del arte moderno por la crítica de arte argentina Marta Traba, que desde finales de los años cincuenta los calificó de “faltos de talento” y de “súbita decrepitud”.

Aunque Traba fue radical al señalar que en el arte colombiano “no tenemos nada que respetar hasta que llega la generación de Obregón y de Ramírez Villamizar”, le faltó reconocerle a la generación de la Bachué ser la mentora de aquella generación dorada de artistas que defendió. Negret, Ramírez Villamizar, Carlos Rojas, Rayo, Azout y Amaral heredaron de sus antecesores el interés por el estudio de los motivos geométricos abstractos en su obra, y Botero construyó su totémica monumentalidad en la juiciosa indagación a la escultura de San Agustín y las cabezas Olmecas. A su pesar, lo que Traba se encargó de formular como ruptura generacional nunca ocurrió. El arte colombiano tenía el “llamado de la tierra” en su ADN.

SALA 3

Más que una mirada al pasado, la investigación de los artistas actuales que revisan lo ancestral busca establecer los vínculos de un mundo donde lo ancestral cohabita con lo instantáneo e hiperconectado. Si para Rozo el sincretismo era la fusión entre el habitante atávico y el colonizador europeo, para artistas contemporáneos como Mateo López, Nadín Ospina, Miler Lagos y Carlos Castro, lo chamánico convive con la globalización, o por lo menos pretende sobrevivirla. Los cuatro artistas recurren a la historia, a la reinterpretación de las imágenes tutelares y a reconciliarlas en un mundo que paulatinamente parece volcarse a la extinción material y espiritual de los ancestros y sus saberes. Acaso como comentarios críticos decoloniales, sus obras se sintonizan con el espíritu rebelde de la obra de Rozo hace 100 años.